Mientras los reyes (en la imagen de arriba, en esa visita) viajaban en la mañana del domingo hacia la zona de Oscos, el bellísimo rincón en los confines de Asturias, cuyos concejos han sido premiados este año como Pueblo Ejemplar, los ecos de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, siguen llenando todas las tertulias de Oviedo. En la ciudad adoran a la reina Sofía, siempre fiel a Asturias, como lo es a Mallorca. Siempre discreta, elegante y cercana, siempre tan "reina". La abuela Rocasolano y su hija Letizia han llamdo la atención también: una por su rejuvenecimiento y la otra por sus cambios de ropa, algunos muy comentados.
Los asturianos, extremistas y podemitas aparte (pocos), están encantados con ser el Príncipado donde nació la España europea y el primer rey que tuvo un país libre de invasores. Pero a veces se sienten desconcertados por la actitud de esa Letizia asturiana que apareció en el concierto de la víspera de la ceremonia con una especie de body de lencería, más propio de la noche de los Oscar que del Auditorio donde se interpretaba la Novena de Beethoven, el pelo ondulado al estilo de Rita Hayworth en Gilda, y los brazos delgados al aire. Y en la espalda, esos huesos tan marcados que en la prensa extranjera interpretan como prueba de una anorexia que doña Letizia no padece.
Al día siguiente por la mañana, para recibir a las autoridades locales y a los premiados, la reina cambió a un Carolina Herrera elegante y recatado, un peinado sencillo y liso, un porte moderno y actual. Pero a su llegada al teatro Campoamor regresó de nuevo la Letizia trasgresora con las normas no escritas de lo que debe ser una reina.
El viento del nordeste que, a pesar del sol, bajó la temperatura de la ciudad a 15ºC, no fue obstáculo para que Letizia reapareciera de nuevo con el pelo en un recogido muy elaborado y un modelo de Felipe Varela sin mangas, que pedía a gritos un abrigo, propio de esa hora de la tarde. Y no solo por la temperatura.
Letizia va por libre, está claro. Contra corriente y por derecho. El almuerzo del hotel de La Reconquista, previo a la ceremonia que se ofrece a invitados y premiados, un buffet distendido donde todo el mundo habla con todo el mundo en la cola del arroz con leche, la reina se sentó en una esquina del salón, detrás de una columna y de espaldas al resto de la gente.
Y se fue pronto, dejando a don Felipe en la mesa con el resto de comensales. Tenía que arreglarse: la imagen, dicen algunos periodistas que aseguran conocerla bien, es algo parecido a una obsesión para ella y ocupa muchas horas de su tiempo. Su madre exhibió en Oviedo el resultado de la cirugía plástica que le ha quitado 20 años de encima. Esta voluntad de estar bellas debe ser cosa de familia: otra virtud de las Rocasolano.